Cuando vale la pena todo riesgo
Amar es arriesgar, pero siempre hacia lo bueno. El que da,
imita a Dios en su vida más profunda.
Arriesgarse es parte de la misma vida.
Todo lo que hacemos
va acompañado de algún peligro, desgaste y cansancio, aunque sea o parezca muy
pequeño.
Es verdad que no muere de accidente quien decide vivir
encerrado y seguro en su casa, sin moverse. Pero sufre un desgaste distinto,
tal vez inconsciente, en sus células, en su corazón, en su mente. Su
inactividad no es riqueza, sino empobrecimiento. Su egoísmo no conserva nada.
El tiempo pasa y no perdona. El desgaste es la ley de la existencia.
No amar es perder siempre, aunque imaginemos que
“conservamos” nuestro tiempo o nuestras cualidades, que “somos más” porque
vivimos con un egoísmo vacío que no nos lleva a nada bueno, porque no nos lanza
a amar hasta dar la vida por el amado.
La vida es un continuo juego de sorpresas. Algunos buscan no
perder ese “poco” que creen sujetar entre sus manos. De ese modo cierran mil
posibilidades de opción, de entrega, de esperanza. Sólo cuando rompamos nuestro
egoísmo, cuando empecemos a dar eso que somos, comenzaremos a escribir páginas
de amor que duran siempre.
Amar es arriesgar, pero siempre hacia lo bueno. El que da,
entra en el mundo de lo hermoso y grande, imita a Dios en su vida más profunda.
Descubre entonces que vale la pena dejar de lado el placer de una tarde de descanso
para ir a visitar a aquel amigo enfermo, perder la fama para defender al amigo
despedido injustamente, luchar día a día para proteger la unidad del matrimonio
y la familia.
Sólo queda lo que amamos. Se puede vivir 80 años sin
sentido. Se puede morir con 30 años, después de una vida breve, intensa, llena
de amor y de grandeza. Lo que importa es no dejarse llevar por la corriente,
sino sembrar entregas que duran lo que dura el amor: eternamente.
“Arriesgarse es bello si la esperanza es grande”, decían los
griegos. La muerte no es derrota destructiva. Para el que ama, es el paso
seguro, sereno, hacia el lugar donde el amor asume el riesgo, donde el darse
nos llena de consuelos, donde vivir es ser acogidos por ese Dios que ama y pide
amor sin cálculo ni cobardía. Entonces, sí, vale la pena todo riesgo...
Fuente: Catholic.net
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